Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de ésta una cosa vergonzosa.

Gilles Deleuze,
Nietzsche y la filosofía

lunes, 8 de marzo de 2010

DESCARTES: Fragmentos (IV)

[1] No sé si debo hablaros de las primeras meditaciones que hice allí, pues son tan metafísicas y tan fuera de lo común, que quizá no gusten a todo el mundo. Sin embargo, para que se pueda apreciar si los fundamentos que he tomado son bastante firmes, me veo en cierta manera obligado a decir algo de esas reflexiones. Tiempo hace que había advertido que, en lo tocante a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones que sabemos muy inciertas, como si fueran indudables, y esto se ha dicho ya en la parte anterior; pero deseando yo en esta ocasión ocuparme tan sólo de indagar la verdad, pensé que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda con el fin de ver si, después de hecho esto, no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indubitable. Así puesto que los sentidos nos engañan, a las veces, quise suponer que no hay cosa alguna que sea tal y como ellos nos la presentan en la imaginación; y puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun cerca de los mas simples asuntos de la geometría, y cometen paralogismos, juzgué que yo estaba tan expuesto al error como otro cualquiera y rechacé como falsas todas las razones que anteriormente había tenido por demostrativas; y en fin, considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno sea entonces verdadero , resolví fingir que todas las cosas, que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esta suerte que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: “yo pienso, luego soy”, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones que los escépticos no son capaces de conmoverla juzgué que podía recibirla si escrúpulos, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.

[2] Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no teniendo cuerpo alguno en el que yo me encontrase pero que no podía fingir por ello que yo no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras que con sólo dejar de pensar, aunque que lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza todo es pensar, y que no necesita para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que éste yo, es decir, el alma por la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.

[3] Después de esto consideré, en general, lo que se requiere en una proposición para que sea verdadera y cierta; pues ya que acaba de hallar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en que consiste esa certeza. Y habiendo notado que en la proposición: yo pienso, luego soy, no hay nada que me asegure que digo verdad sino que me veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; pero que sólo hay alguna dificultad en notar cuáles son las que concebimos distintamente.

Discurso del método, Parte IV

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