Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de ésta una cosa vergonzosa.

Gilles Deleuze,
Nietzsche y la filosofía

miércoles, 23 de junio de 2010

Fin de curso - ¡sereno verano a todos!

          Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada; es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores? A mi me encantaría ser rico, pasear en berlina y malgastar dinero. Una vez comenté esto con mi condiscípulo Kraus, pero él se limitó a encogerse de hombros despectivamente, sin concederme una sola palabra. Kraus tiene principios, va bien sujeto a su silla, montado sobre la satisfacción, y es éste un rocín al que los amantes del galope prefieren no subirse. Desde que estoy aquí, en el Instituto Benjamenta, he conseguido volverme un enigma para mí mismo. También me he visto contagiado por un extraño sentimiento de satisfacción, desconocido hasta ahora. [...]

          Estoy haciendo mi equipaje. Sí, ambos, el director y yo, estamos preparando maletas, desmontando y arreglando cosas, rompiendo, empujando y cambiando de lugar otras. Nos vamos de viaje. Muy bien. Este hombre se va y ya no me pregunto por qué. Siento que la vida exige emociones, no reflexiones. Hoy le diré adiós a mi hermano. Aquí no pienso dejar nada. Nada me ata, nada me obliga a decir: “¿Qué pasaría si yo...?” No, ya no hay “qué-pasarían” ni “síes” que valgan. Fräulein Benjamenta yace bajo tierra. Los alumnos, mis condiscípulos, se han dispersado en toda clase de empleos. Y si yo me estrellase y perdiese, ¿qué se rompería y perdería? Un cero. Yo, individuo aislado, no soy más que un cero a la izquierda. Y ahora al traste con la pluma. ¡Al traste con las ideas! Me  voy al desierto con Herr Benjamenta. Quiero ver si en medio del páramo es también posible vivir, respirar, ser, desear y hacer sinceramente el bien, y dormir por la noche y soñar. ¡Bah! Ahora no quiero pensar en nada más. ¿Tampoco en Dios? ¡No! Dios estará conmigo. ¿Qué necesidad tengo de pensar en Él? Dios está con los que no piensan. Adiós, pues, Instituto Benjamenta.

Robert Walser (1878-1956), Jakob von Gunten (1909).

Al otro lado del cajón - escrito por Raúl.

1.Entre calcetines.
Me había levantado pronto para estudiar, estaba en aquellos días del año en los que no había otra preocupación que estudiar, por aquello del futuro y esas cosas que se dicen, yo no sé si me importaba mi futuro, me conformaba con que mi madre no se desgañitase conmigo por las notas. Perdonad si me enrollo hablando de cosas que no vienen al caso pero ya me decía mi abuela que no me callaba nunca.
Como decía madrugué a eso de las cinco de la madrugada estaba despierto para estudiar no se qué y fue entonces cuando pasó todo, hacía frío así que me acerque a mi mesita de noche para ponerme unos calcetines, para mi sorpresa solo encontré calcetines negros, odio los calcetines negros de modo que busqué y rebusqué por todo el cajón, tanta era la aversión que tenía a los calcetines negros que casi me metí dentro del cajón rebuscando, de hecho me metí, es mas caí de cabeza dentro del cajón. No sabía que en ese cajón, en el que apenas cabían seis pares de calcetines, podría caber yo, pero esto apenas tiene importancia comparado con lo que me esperaba.
Al final de aquel particular cajón pude ver una puerta, me costó verla, pues, como todo el mundo sabe, los calcetines negros no alumbran lo más mínimo a diferencia de los blancos, aun así me acerqué hasta ella y no dudé en abrirla pero curiosamente esta llevaba de vuelta a mi habitación, tenía lógica, a donde iba sino a llevarme un cajón de mi mesita de noche. Salí del cajón y entré en mi habitación dispuesto a seguir con mi estudio cuando me pareció ver algo diferente , un gigantesco cuadro que ocupaba toda la pared, era una pintura de un paisaje muy artístico, o al menos eso dice la gente cuando ve un cuadro que no tiene ni idea de lo que hay dibujado en él y como tampoco sabía si el paisaje era el Polo Norte, un bosque o un desierto no me compliqué y lo dejé con el termino artístico. Lo más curioso no era eso sino que en el marco del cuadro brillaba una plaquita dorada en la que se podía leer una inscripción que decía: "ENTRA". Al leerlo me entró la risa, ¿Cómo demonios se supone que se entra en un cuadro? ¿Del mismo modo que es un cajón? Entonces pensé que si había entrado dentro de un cajón entonces podría entrar dentro de un cuadro. Así que cogí carrerilla y salte contra el cuadro.

2.Dos amigos muy curiosos.
La lógica no falla nunca, estaba dentro de un cuadro aunque el cuadro era muy raro, no me explicaba que en menos de diez metros hubiese un glaciar, unos árboles y una duna, pero qué más da, no estaba nada mal aquel sitio.
A lo lejos vi dos animalillos que correteaban hacia aquel bosque cuando me vieron y se acercaron pude ver que eran un ratón y un gato, juntos.
-Hola- Dijeron amablemente los dos animales -. ¿Qué tal?
-¿Hola...?-Mascullé aturdido-. ¿Habláis?
-Claro que hablamos- Contestaron ambos animales al unísono-. ¿Porqué no íbamos a hacerlo?
-No se... pero esto es increíble, nunca había visto hablar a un ratón y a un gato, y ahora que lo pienso tampoco los había visto, entre ellos, tan amigables - reflexionaba confundido- ¡Claro! Eso es porque los gatos os coméis a los ratones.
-¿Un gato? ¿Dónde? - Preguntó el ratón asustado.
-Pues justo ahí al lado, si no lo ves es que estas ciego- Le dije al ratón.
-¡Ah! No veo ningún gato por ningún lado- Gritaba con cierto tono de pánico-. ¿Ciego? ¿Cómo iba a estar ciego si te estoy viendo?- Se decía a sí mismo el ratón preocupado-. Entonces, entonces... ¡Me estoy quedando ciego a medias!
-No creo que sea eso, aunque sería muy interesante- Pensé para mis adentros-. A lo que me refería es que vas acompañado de un gato, ese que está al tu lado, ese bicho blanco y peludo que es setenta veces más grande que tú.
-¿Te refieres a mi?- Preguntó el gato.
-Claro, ¿Cuantos gatos ves por aquí cerca a parte de ti?- Aclaré con tono irónico.
-Pues yo no soy un gato, los gatos comen ratones, yo no como ratones, por tanto no soy un gato.
-Quien lo diría...-Farfullé- ¿Entonces qué es lo que eres si no eres un gato?
-Que pesado estás con lo del gatito dichoso y que preguntas más estúpidas que haces. Que iba a ser sino, un animal-Contestó el gato irritado.
-Lo siento si te he ofendido- Me disculpé-. ¿A dónde se supone que vais?- Pregunté tratando de cambiar de tema.
-¡A disfrutar del entero ambiente!- Contestó eufórico el ratón.
-Del entero ambiente... querrás decir del medio ambiente- Corregí orgulloso de mis conocimientos.
-Tonterías- Dijo el ratón-. ¿Porqué conformarse con la mitad pudiendo tenerlo todo?
-Visto así hasta parece tener sentido- Dije sin saber muy bien si tenía razón.
Tras esto y sin decir nada más se marcharon perdiéndose entre árboles y dunas como si ya hubiesen acabado todo lo que tenían que hacer conmigo.
Este lugar o este cuadro o lo que sea es muy particular; los animales hablan y los gatos y los ratones se llevan bien. Ya tenía ganas de saber de qué más era capaz este lugar.

3.La Abeja y sus dudas.
Sorprendido por este fantástico mundo iba yo paseando hasta que oí un zumbido cercano a mi cabeza, no sabía que era hasta que escuche una voz.
-¡Buenos segundos!- Dijo una voz aguda.
-¡Buenos segundos!- Contesté, ya le había pillado el truco a este sitio, la cosa estaba en no sorprenderse por nada, así que seguí el juego-. ¿Quién eres y donde estas? - Pregunté al no ver a nadie.
-Soy una oveja y estoy aquí- Contestó el emisor del zumbido.
-Querrás decir una abeja porque, que yo sepa, las ovejas no vuelan y son tres millones de veces más grandes que tú, o incluso tres millones y una vez-. Le dije con desparpajo-. Aunque de todas maneras aquí nada es lo que debería ser- Añadí con tono frustrado.
-Sé muy bien lo que quiero decir... o eso creo- Me contestó sin saber muy bien lo que decía-. De lo que si estoy seguro es de que te acabas de equivocar, aquí todo debería ser lo que es, al contrario de como tú decías-. Me dijo convencido.
-Creo que te equivocas tú, ser lo que debe ser, no es lo contrario que deber ser lo que es, son cosas muy diferentes-. Este insecto me estaba dando dolor de cabeza, no tenía ni idea de lo que decía-. De todas formas, con que no me piques me conformaré-. Comenté tratando cambiar de tema.
-No te preocupes por eso, porque “si te pico, me muero” o era al revés, “si me muero, te pico”-. La pobre abeja se estaba haciendo un lío, no sabía ni lo que decía.
-Yo creo que es: “te mueres sin pico”. No sé ni por qué lo dije pero aquí todo funcionaba así, nada tenía sentido o todo era un sinsentido.
-Por supuesto, no sé donde tengo la cabeza, muchísimas gracias.- Me dijo agradecida-. Creo que va siendo hora de que me marche, tengo que ir a que me esquilen.
La abeja se fue y yo seguí a lo mío.

4.Un gato es un gato o cualquier cosa.
Caminé durante un buen rato, a cada segundo más sorprendido que el anterior por aquel lugar, no me cansaba de verlo y es que después de despedirme de la abeja vi un camello paseando por el bosque, un oso polar tomando el sol encima de una duna y un cactus creciendo en el hielo. Intente hablar con todos ellos pero no me hicieron ningún caso, sobre todo el cactus.
Como no todos los animales eran igual de simpáticos me adentré en el bosque buscando al ratón y al gato. Mientras apartaba ramas y arbustos de mi cara oía un maullido procedente de la copa de un árbol. Miré hacia arriba y efectivamente, encontré lo que buscaba.
-Gat... animalito soy yo, el chico de antes- Le dije efusivamente, ya que parecía depresivo, tampoco no vi a su amigo el ratón-. ¿Dónde para tu amigo el ratón?
-Di... digam... digamos que soy una serpiente-Me dijo con tono arrepentido-. ¡Y ahora me he quedado sin mi amigo!
-Ya decía yo que un ratón y un gat... ¿una serpiente?- Esto sí que me había desconcertado.
-Por supuesto que una serpiente, las serpientes comen ratones, yo como ratones, por tanto soy una serpiente- Me contestó como si fuese lo más normal del mundo.
-Ah claro, si me lo pintas de esa manera- Contesté como se suele hacer a los estultos.
Deje al gato y a sus problemas de identidad hablando solo y me marché.

5.El caracol ermitaño y la babosa pedante.
Volviendo por donde había venido escuché una discusión y la curiosidad me pudo, pero no me mató, no hace falta que os diga que no soy un gato. Me acerqué al lugar del que provenían los gritos y vi a un caracol y una babosa vociferando, me escondí detrás de un árbol y escuché:
-¿Entonces eres una casa con una babosa dentro o una babosa con una casa por fuera?- Le preguntó la babosa al caracol.
-Te lo he dicho más de trescientas cuarenta y tres mil doscientas treinta y seis veces- Le dijo el caracol a la babosa enfurecido-. !Soy una casa con una babosa por dentro!
-Entonces, como te mueves, eres una casa que se mueve uhm... las únicas casas que conozco que se muevan son las caravanas, por tanto eres una caravana- Dijo la babosa en tono burlón.
-!Maldita babosa! Lo que te pasa es que se te cae la baba al ver mi casa, cosa que tú no tienes- Contestó el caracol, restregándole su magnífico caparazón a la babosa.
Parecía que la conversación se había estancado en insultos , así que decidí hacer mi aparición.
-Buenas señores- Dije tímidamente.
-¿Quién eres tú?- Me preguntaron los dos bichos.
-Yo soy yo- Contesté como aquí se suele hacer.
-Entonces si tú eres yo, y yo soy yo, por tanto somos la misma cosa-Razonó la babosa.
-Te equivocas, yo soy yo y tu eres tú- Le dije.
-Te equivocas tú, si tú eres tú y yo también soy tú, somos la misma cosa- Volvió a razonar la babosa.
-¡Cállate!- Cortó tajantemente el caracol.
Con tanto grito me había entrado hambre.
-Perdonad babosos, ¿Dónde puedo encontrar algo para comer?
-Ahí mismo tienes un manzano, pero cuidado con la comida; que somos lo que comemos- Dijo el caracol.
Miré hacia arriba y, de hecho, habían como mínimo dos manzanas, así que me comí una, aunque ahora que lo pienso, creo que no estaban ahí cuando llegué pero qué más da.
-Si somos lo que comemos y te comes una manzana, eres una manzana. Como tú y yo somos la misma cosa, irremediablemente yo soy una manzana- Dijo la babosa.
Ya estaba cansado de tanta reflexión así que me despedí y me alejé deambulando sin saber qué hacer.

6.El ciempiés acomplejado.
Aquel sitio empezaba a disgustarme y ya me estaba sintiendo solo, cada vez que intentaba relacionarme, o me tenían por un bicho raro, me ignoraban o simplemente eran idiotas, así que decidí salir del cuadro, aunque no tenía ni idea de por donde se salía, de manera que no me quedaba otra opción que caminar hasta encontrar la salida.
Estaba cansado, así que me senté bajo un árbol a reposar un rato cuando me pareció escuchar que alguien me llamaba.
-¡Oye!
-¿Quién habla?- Pregunté.
-Aquí abajo- Entonces miré hacia abajo y vi un ciempiés.
-¡Hola ciempiés!- Le dije al animalillo, que por cierto miraba mis pies con cara de asombro.
-Oh... ¡ojalá tuviese yo tantos pies como tú!- Me dijo el ciempiés con la boca abierta, aunque más sorprendido me quedé yo.
-¿Tantos pies como yo? ¿Qué barbaridad es esa?- Pregunté.
-Sí, déja que me explique- Dijo con calma-. Estarás de acuerdo conmigo en que un pie tuyo es como mil de mis pies.
-Por supuesto, o incluso mil y un pie.
-Así si un pie tuyo es como mil de los míos y puesto que tienes dos, posees dos mil pies como los míos. Como yo solo tengo cien pies como los míos, luego tú tienes veinte veces más pies que yo -dijo el ciempiés.
-Pues la verdad es que si lo miras así tiene sentido- Contesté tal que así pero por decir algo, estaba anonadado.
-Claro que tiene sentido ¿Porqué no iba a tenerlo?- Me preguntó un poco ofendido.
-No... no... por nada, creo que ya va siendo hora de que vuelva.
-¿Volver a dónde?
-Pues a mi casa- Contesté irritado.
-Pero para volver a tu casa tendrías que haber salido de ella, te recuerdo que estás en un bosque, que está dentro de un cuadro, que a su vez está dentro de un cajón, que al mismo tiempo está dentro de tu habitación... creo que nunca has estado tan en tu casa como ahora- dijo el ciempiés.
-¿Cómo sabes tú todo eso?- Pregunté asombrado.
-Vivo en tu casa, ¿Cómo no iba a saberlo?
-Razón no te falta, pero...
No pude ni acabar de hablar cuando todo empezó a desvanecerse.

7. A estudiar otra vez.
Desperté y me di cuenta de que estaba babeando sobre unos apuntes, ahora recuerdo que eran de filosofía, lo sé porque cuando me puse a estudiar de nuevo, pude ver que tenía una frase subrayada en la libreta que decía lo siguiente: "De lo absurdo, cualquier cosa" . Cuánta razón tenía aquella frase -Ex contradictione quodlibet - una regla de la lógica que no se me olvidaría nunca.

Raúl Asencio Navarro
1º BAC A

martes, 22 de junio de 2010

A través de las nubes - escrito por Santiago.


1. El viaje.
Todo comenzó una noche de sábado en una tugurio, cuando yo ya llevaba unas copas de más y la estridente música había dejado mis tímpanos sin sensibilidad. Me disponía a ir a mi casa, y eso fue lo que hice: salí por la puerta del antro antedicho, crucé la calle y seguí todo recto hacia el final, hasta llegar a casa.
De camino a casa vi algo extraño (una escalera mecánica en medio de la calle) y yo en ese estado de embriaguez no pude controlarme, aunque sabía que debía ir a mi casa, tomé la escalera mecánica cuya dirección no sabía cual era, pues no podía ver con claridad porque se me nublaba la vista.


2. Las nubes.
Monté en la escalera y empecé a subir y a subir sin cesar. Incluso empecé a marearme, he de confesar que vomité en un par de ocasiones, y juraría que un vómito cayó encima de la cabeza de un amigo mío, a pesar de no haberlo hecho con la intención de darle, me disculpé, aunque sabía que no me iba a oír.
Al final, cuando la luz del día empezaba a asomarse por el horizonte y mi estado de embriaguez comenzaba a desaparecer, llegué al final de la escalera. Bajé y a lo primero no me fijé dónde estaba, pero más tarde me di cuenta de que el suelo era blanco, de una textura parecida a la del algodón de azúcar. No sabía muy bien dónde estaba, así que fui andando a la espera de encontrarme con alguien. Así fue, a los cinco minutos me encontré con un muñeco de algo parecido a la nieve.

3. Una compleja conversación.
Pensé que el muñeco no hablaría, pero al pasar por su lado me dijo:
-¿Pensabas pasar sin saludarme? Por aquí es de mala educación ver a alguien y no saludarle, aunque no lo conozcas- dijo el muñeco ofendido.
Yo me quedé realmente sorprendido. ¿Dónde se había visto hablar a un muñeco?, así que rápidamente le contesté:
-Perdone, pensaba que no hablaría, al menos en el lugar que vivo yo, los muñecos no hablan- dije justificándome.
-Para empezar tutéame. Ni que me conocieras de toda la vida para ir hablándome de usted- cada vez hablaba con un tono más agresivo.
-De acuerdo, discúlpame si digo o hago cosas que puedan ofenderte, pero no soy de aquí y no comprendo este mundo- dije justificándome de nuevo.
-Bueno, ¿y cómo has llegado hasta aquí?- dijo en un tono más calmado.
-Llegué esta noche cuando vi una escalera mecánica y subí a ella. Y esto, ¿qué es?
-Vas a adivinarlo tú sólo y para ello te voy a dar una regla lógica - Reductio ad absurdum- que es la siguiente: tú supones que esto  no es esto  y si llegas a un absurdo entonces lo que no es esto, en consecuencia, es esto; ¿entendido?- dijo el muñeco.
-De acuerdo. Pues voy a decir que esto no son nubes, ¿estaría bien así?
-Sí, por ahora vas bien.
-Vale, y el absurdo podrías ser tú, por ejemplo, por lo tanto he llegado a la conclusión de que estoy en las nubes.
-A un absurdo has llegado, pero en lógica no se entiende eso por absurdo.
-¿Entonces qué es un absurdo?- dije extrañado, ya que no conocía nada de lógica.
-Es cuando tienes algo que es y la misma cosa que no es. Sé que es difícil, pero seguro que encuentras algún absurdo rápidamente.
Tras pensar un par de minutos, llegué a un absurdo, aunque no estaba seguro de si sería correcto o no.
-Yo sé que te conozco, pero a la vez no te conozco. Por lo tanto he llegado a un absurdo, lo que me permite poder decir que estoy en las nubes.
-Muy bien, pues ya sabes algo más de este lugar y ahora lo siento pero he de irme. Siento no poder ayudarte más.
-De acuerdo. De todas formas muchas gracias por la ayuda. Espero volver a verte- dije como despedida.
-Entre usted y yo ya hay confianza. Hábleme de usted- me dijo con una amplia sonrisa en la boca.
-Vale. Pues cuídese y que le vaya muy bien por donde quiera que vaya- me despedí y ahí acabó nuestra conversación.
Seguí caminando sin saber muy bien hacia donde me dirigía y así estuve mucho tiempo, aunque no sabría decir cuanto.

4. El hotel infinito.
Continué andando por encima de lo que sabía ahora que eran nubes y, de repente, empezó a ocurrir algo extraño. Empezó a llover del suelo hacia arriba y al cabo de un cuarto de hora terminé empapado, de abajo a arriba, de agua. También noté que el grosor del suelo había disminuido, cosa que hizo que me asustara un poco. De todas formas continué mi camino hasta que finalmente me encontré con un hotel de nombre: hotel infinito. La verdad es que había empezado a oscurecerse y necesitaba descansar y, por lo tanto, entré al hotel, fui al mostrador y como bien me había enseñado el muñeco saludé:
-¡Buenas tardes! -dije.
Y vino un muñeco a atenderme, que como el anterior también me saludó:
-¡Buenas tardes!, ¿en qué puedo ayudarte?
-Me gustaría una habitación para pasar la noche, aunque eso sí, no tengo dinero con que pagarte- dije pensando en que pasaría de mí y me echaría a la calle, pero resultó no ser así.
-No pasa nada, como eres joven y seguro que eres inteligente, te voy a plantear la siguiente adivinanza, que se conoce como la paradoja del hotel infinito. Pues bien, sabes que este hotel tiene infinitas habitaciones así siempre que vienen huéspedes hay sitio para ellos, pero aquí viene la cuestión: si vinieran infinitas personas, ¿cómo harías para alojarlas a todas en este hotel? Y recuerda que sólo tienes una oportunidad.
Tras vacilar un rato, llegué a la forma que creí correcta.
-Sencillo –dije para quedar bien- le diría a los huéspedes ya hospedados que fueran a la habitación que fuera dos veces el número de su habitación (el uno al dos, el dos al cuatro, el tres al seis…), y así se quedarían libres las habitaciones de número impar, y como hay infinitos números impares podría hospedar a los infinitos huéspedes recién llegados- dije muy satisfecho.
-Muy bien, y ahora un poco más difícil: si vinieran infinitos autobuses con infinitas personas cada autobús, ¿cómo hospedarías a esos huéspedes?
Esta vez vacilé un poco más, ya que resultó ser, como bien dijo él, un poco más difícil que la pregunta anterior.
-Esta vez no sería tan sencillo, pero sería igual que antes, los primeros huéspedes que fueran al doble del número de su habitación. Pero luego los pasajeros del primer autobús se alojarían en la habitación tres, tres elevado a dos, tres elevado a tres… los del segundo autobús se alojarán en la habitación cinco, cinco elevado a dos, cinco elevado a tres, cinco elevado a cuatro… los del tercer autobús igual pero en las potencias del siete, los del cuarto en las potencias del 11 y así con todos los números primos, que son infinitos y también habría habitaciones para los infinitos huéspedes de los infinitos autobuses.
-Perfecto, no pensaba que lo fueras a adivinar, pero como lo has hecho puedes pasar a la habitación 1, que está libre.
-Vale, gracias –le dije como despedida.
Pasé la noche bien, aunque eso sí, llevaba todo el día sin comer y tenía suerte de haber podido beber la poca agua que había conseguido cuando llovió. Al día siguiente me levanté, fui al mostrador y después de despedirme del muñeco que me había atendido el día anterior, fui a través de las nubes en busca de aventura.

5. Acercándonos a la verdad.
Anduve, anduve y anduve durante mucho tiempo y ya muy cansado decidí descansar cinco minutos para continuar mi camino. Después de descansar me di cuenta de que todo por allí arriba era igual: todo blanco, lleno de nubes y más nubes. También he de confesar que ya estaba cansado de estar allí y sólo me apetecía volver a mi casa y descansar, ya que mi madre estaría preocupada por mí, después de todo un día sin aparecer por casa. Continué y, al rato de andar, cuando se acercaba la hora del mediodía, vi en el horizonte una casa y corrí hacía ella esperando que fuera lo que yo quería que fuese.
-Sí –pensé-, el restaurante que tanto estaba esperando.
Entré y estaba completamente vacío, me acerqué a la barra e hice sonar una campana que había allí. A los diez segundos salió el camarero (que también era un muñeco) y me dijo:
-¿En qué puedo ayudarte, caballero? –me dijo el camarero.
-Estoy famélico y me gustaría comer algo, pero antes debes saber que no tengo dinero con el que poder pagarte ya que esta es la primero vez que estoy en las nubes –noté que el camarero estaba pasando de mí. Estaba con la cabeza en las nubes así que volví a tocar la campana para que me volviera a hacer caso.
-Perdona, perdona, es que estaba con la cabeza en otra parte –dijo el camarero disculpándose- ¿En qué puedo ayudarte?
- Como había dicho antes, estoy famélico y me apetecería comer algo, aunque como también te he dicho antes, no tengo dinero para pagarte, ya que es la primera vez que estoy en las nubes y no sabía como se vivía por aquí –dije mientras mi estómago gruñía.
Imaginé que haría como el muñeco que me atendió en el hotel infinito y me propondría alguna adivinanza o algo así, pero en lugar de eso empezó a hablarme de una manera un tanto extraña.
-Y como sé yo que tú dices de algo que es que es y de algo que no es que no es, cuando tranquilamente me podrías estar tomando el pelo y decir de algo que es que no es y de algo que no es que es –dijo.
-Discúlpame, pero no me he enterado de nada.
-Pues es bien sencillo: ¿cómo puedo saber que no tienes dinero y que no me estás tomando el pelo?
-Pues simplemente porque no soy como tú. Vine aquí por una escalera mecánica que no sé como apareció, no conozco nada de esto y porque si tuviera dinero ya habría comido y no estaría semimuerto de hambre como estoy ahora. Ahora que te he expuesto los hechos tal y como son, si quieres me crees y me ayudas, y si no quieres no me crees y no me ayudas.
-Conque me estás exponiendo los hechos tal y como son… interesante –dijo el muñeco- y con esto… -no le dejé terminar.
-Con esto trato de comer hoy, si no quieres que me muera de hambre.
-Vale, como me has ayudado a encontrar una definición de verdad, como corresponde, comerás bien a gusto, pero como se come en las nubes, inyectándolo en vena.
Y sacó una jeringuilla gigante , me la clavó en el brazo, de súbito empezó a llover mucho, desaparecieron las nubes y empecé a caer.

6. Principio de realidad.
De repente me encontré, decúbito supino, en un hospital y al médico sacándome una jeringuilla del brazo. Estaba asustado, mi madre me abrazó y me explicó todo lo que había pasado. Había entrado en coma y me había tirado más o menos día y medio en él. Estaba muy asustado, pero el médico me tranquilizó al decir que ya estaba fuera de peligro y que pronto estaría bien.
Ahora, había comprendido todo y había descubierto que el viaje a través de las nubes sólo había sido un sueño, un sueño del que nunca me olvidaré y que me hizo aprender mucho, tanto de filosofía, como de la vida. A partir de esta experiencia mi vida cambio y de querer estudiar derecho, me desvié al estudio de la filosofía, que es la disciplina que nos enseña a pensar con claridad. Ya nunca más en mi vida volvería a beber tanto,como para no cumplir con los principios de Aristóteles.

Santiago López Gil
1º BAC A

miércoles, 16 de junio de 2010

Por la alcantarilla - escrito por Vicente.



1. El principio.

Iba yo, uno de esos pocos días que tengo que ir andando, hacia el instituto. Me había quedado durmiendo y tenía previsto llegar a la tercera clase del día. Aquella noche, casualmente, dormí en casa de mi tía y, por lo tanto, como he dicho antes, tuve que ir hasta el instituto andando. Antes de encaminarme hacia el instituto había desayunado, me había preparado el almuerzo y había cerrado la puerta. Mientras andaba, empecé a hacer un repaso de las asignaturas a las que había faltado: “mates y psicología, supongo que en mates tendré que pedir los apuntes a alguien. Sin embargo, en psicología me las puedo apañar solo”. Seguí el camino pensando en el instituto y en cosas más interesantes.
Cuando estaba a medio camino me acordé de una regla de la lógica –Modus tollens- que me explicó el otro día mi profesor de filosofía. No sé porqué, pero decidí ponerla en práctica. Así pues, pensé: si he cerrado la puerta, entonces tengo la llave. Busqué por mis bolsillos y, desgraciadamente, no tenía la llave. Por tanto, eso quería decir que me había olvidado de cerrar la puerta. Me pareció extrañó, yo juraría que la había cerrado. Tuve que volver en una carrera a cerrar la puerta, pero, mientras bajaba, de sopetón me caí por una alcantarilla.
Parece mentira, pero nunca pensé que una alcantarilla fuera así por dentro. Siempre había imaginado que dentro de una de ellas habría agua sucia, pestilencia, conductos que se bifurcan y, sobre todo,… ¡sería menos profunda! No recuerdo exactamente cuanto tiempo estuve descendiendo, pero cuando caí, si no estaba en el centro de la Tierra poco me faltó. Mientras descendía todo estaba iluminado y, no obstante, no había ninguna luz. También pude ver que no veía el fondo, aunque parezca un poco contradictorio. Pero, al final, sin esperármelo, llegué al fondo y al principio de la alcantarilla.

2. Al otro lado de la alcantarilla.

O por lo menos parecía que había salido por donde había caído. No sé como fue, pero salí por otra alcantarilla y, extrañamente, en vez de estar en postura de hacer el pino, caí de pie sobre el suelo. Además, la alcantarilla estaba cerrada, ¿cómo podía ser que saliera por esa alcantarilla si estaba cerrada?
Realmente, a priori, todo parecía igual que en el otro lado de la alcantarilla, pero mis futuras experiencias me demostrarían, a posteriori, que eso no era así.
Por el tiempo que estuve cayendo imaginé que como mucho podría haber llegado al centro de la Tierra. Pero si no salí por donde había caído, eso quería decir que estaba en el lado opuesto de la Tierra.
Cuando me di cuenta de que estando quieto, donde había caído, no iba a descubrir donde estaba, decidí andar, ya que era lo mejor que podía hacer. No al mucho tiempo de empezar a caminar me encontré con un bonobo, pero no era un bonobo normal y corriente, sino que iba vestido con un traje militar. Sin querer, pensé en voz alta: “Menudo sinsentido, un mono trajeado”.
Pensaba que el bonobo estaba a una distancia necesaria para que no me oyera, es más, acaso un mono iba a responderme. Mas, no fue suficiente, no sólo me escuchó, sino que me respondió de esta guisa:
- Querrás decir: Enormudo consentido.
No me lo podía creer. ¡Un mono hablando! Y, además, me había contradicho. Entonces, sin pensar le dije:
- Yo no quiero lo que digo, digo lo que quiero.
- ¿Quieres un fusil? – me dijo el mono sin tener mucho que ver con la conversación.
- Vale - ¿qué, si no cualquier cosa, podía responderle?
- ¿Fusilas, por tanto, lo que quieres?
Nunca había entrado en un juego de palabras tan extraño, y menos con un mono. Ahí quedó nuestra conversación. Él, al ver que yo no respondía, hizo una reverencia con la cabeza y se marchó.

3. El topo ciego.

Desde luego, en el extremo opuesto de la Tierra no estaba. Pero lo extraño era que en la calle podías mirar al cielo, a las nubes, al sol... Realmente todo era como en un pueblo normal, con edificios y cosas típicas de pueblo. ¿Dónde estaba entonces? Lo mejor que podía hacer era seguir andando.
No llevaba mucho tiempo andando cuando, de súbito, me encontré a un topo. Además, ese topo llevaba bastón. Bueno, lo del bastón no me sorprendió, ya que todos los topos son ciegos. Lo raro es que estuviera en un pueblo y no bajo tierra. ¿También hablaba? ¿Descubriría al fin donde estaba? Decidí, pues, hablarle:
- ¡Buenos días!
- ¿No sabes que es de mala educación decir: “buenos días”? Y si los días han ido o sido malos, ¿entonces son buenos? ¿No sabes que eso ofende? –contestó realmente enfadado.
Nunca imaginé que un topo fuera tan irascible, por lo que le dije:
- Lo siento, no soy de aquí, me he caído por una alcantarilla.
- Aún, encima, sigues con la broma, ¿no? –me contestó sin creerme.
- No, es verdad, me he caído por una alcantarilla. Venga conmigo y le enseño donde está –le dije, para ver si las cosas empezaban a mejorar.
El topo me siguió y yo le llevé hasta la alcantarilla por donde había caído. Estaba, igual que al marcharme, cerrada. Cuando estábamos acercándonos a la alcantarilla, le dije:
- Escuche, ¿le suena a usted esa alcantarilla de ahí? –como era ciego, no podía usar el verbo ver, por lo que intenté parafrasear lo que hubiera sido: ¿ve usted esa alcantarilla de allí?
- ¡No te has dado cuenta de que soy ciego! ¿Cómo quieres que reconozca los adverbios de lugar? –gritó verdaderamente ofendido.
Mi intención no era ofenderle, pero resulta que en el lugar donde estaba la gente se ofendía con mucha facilidad. Le volví a responder excusándome:
- Vaya, lo siento, no me había dado cuenta de ese detalle –le cogí seguidamente la pata y me acerqué a la alcantarilla para permitirle que la tocara y la olfateara.
- Pues…, no me suena, lo siento. Tendrás que buscar a alguien que pueda ayudarte. Bueno, me voy, que tengo prisa.
- Una cosa… - grité.
Demasiado tarde. Quién diría que era un topo ciego, corría como una liebre. De todos modos, al margen de que fuera ciego o no, de nuevo perdí la oportunidad de saber dónde estaba.
Me puse a caminar, y mientras lo hacía pensaba: realmente las personas de este lugar son bastante raras y, además, utilizan las palabras de un modo diferente.

4. La paradoja de la serpiente.

Decidí que con el próximo personaje que me encontrara utilizaría una paradoja que leí una vez en un libro. Por tanto, seguí caminando.
De improviso, volví a ver al mismo bonobo que vi cuando llegué. Él también me vio y se acercó a mí. Saludó con la misma frase con la que se despidió:
- ¿Fusilas lo que quieres?
No dudé lo que pensé antes y dije:
- Ya que vas de listo, a ver si eres capaz de responderme a esto: si una serpiente se empieza a comer su cola, acaba comiéndose absolutamente todo su cuerpo. ¿Hasta ahí estás de acuerdo?
- Hasta ahí sí -dijo.
Pasé ahora a formularle la pregunta:
- Entonces, ¿dónde estaría la serpiente, si está dentro de su estómago que a su vez está dentro de ella?
- Eso depende de si fusilas lo que quieres o no fusilas lo que quieres. ¿Estás de acuerdo?
- Sí que estoy de acuerdo – dije.
Empezaba a darme la impresión de que el mono era un poco sanguinario, siempre estaba hablando sobre fusiles, fusilar y sus derivados. Quizás por eso era militar. Entretanto, comprendí que el mono quería que respondiera primero a su pregunta y, después de hacerlo, él respondería a la mía (si podía conseguir responderla, claro). Si lespondía que sí fusilo lo que quiero, seguramente me hubiese respondido que como he matado a la serpiente no se podría comer a sí misma. En consecuencia respondí:
- Pero no, no fusilo lo que quiero.
- Si no fusilas lo que quieres, entonces no dices lo que quieres e, irremediablemente, quieres lo que dices. Ergo, como quieres lo que dices, entonces quieres a la serpiente y, como la serpiente es de tu querer, entonces te respondes tú a tu pregunta.
Me había dejado perplejo, por los suelos, tenía que reconocerlo. No sabía que responderle, y él cada vez se impacientaba más y más. Así pues, dije con un tono de voz melancólica:
- Mi reputación ante ti ha bajado al menos infinito.
El mono, que no tenía suficiente con lo que me había dicho hasta entonces, añadió:
- Querrás decir que tu reputación ha subido hasta el menos infinito. Si baja, es menos, y el menos infinito también es menos, eso quiere decir que menos por menos es más. Y tú reputación no ha subido al más infinito, sino que ha bajado.
No me caía nada bien el bonobo, por eso me despedí y deseé no volver a verlo nunca más.

5. El pájaro interpretado.

El bonobo comenzó a andar por el lado contrario por el que yo lo había hecho. Me alegré de que no me siguiera y seguí pensando en como iba a descubrir en que sitio me encontraba. Desde luego, por las calles por las que andaba únicamente había casas. Deseaba encontrar alguna tienda ya que, a parte de que si encontraba una localizaría a alguien para poder preguntarle dónde estaba, ya se había hecho la hora de almorzar y tenía hambre. Busqué, busqué y al final no encontré nada. Me senté en un banco que había para descansar y, ya pasado un buen rato, un pájaro se posó sobre mi hombro:
- Buenos días –dijo.
- ¿Tú también eres muy iracundo? ¿O quizás te gustan más los juegos de palabras para denigrar a los demás y jactarte? –ya estaba cansado de que los animales de este lugar me tomaran el pelo o se enfadaran conmigo, así que todo esto se lo dije con descaro.
- Vaya, ¿acaso yo te he hecho algo? –dijo con cierto asombro.
- No, pero por el resto de animales que he conocido tengo una probabilidad del noventa y nueva coma nueve periodo por ciento de que me acabes ofendiendo.
- Noventa y nueve coma nueve por ciento periodo es igual a cien, hay una regla que lo demuestra. Mira como…
- ¡Ya sé que hay una regla que lo demuestra, pero las palabras se pueden interpretar! –yo no sé si me respondió así para ofenderme más si cabe o porque es así por naturaleza. Pero, sin ser capaz de controlarme, seguí diciéndole:
- ¿Te explico qué quiere decir la palabra interpretar, o no hace falta? Porque vamos, desde luego que en este lugar nadie las interpreta del mismo modo que lo hago yo. Además, ¿de qué iba a servir explicarte que significa la palabra interpretar? Si luego interpretarás mi definición como te dé la gana.
Ahora el ofendido era el pájaro. Por lo que vi, sí que sabía que significa la palabra interpretar. Él no dijo nada y tampoco parecía que fuera a decir algo, así que le dije:
- Lo siento. Si al fin y al cabo he sido yo el que he interpretado demasiado. He interpretado que todos los animales de este lugar son irascibles y les gusta dejar en mal lugar a las personas y te he atribuido a ti esos rasgos. Vamos, que criticándote a ti por no saber interpretar no me he dado cuenta de que, sin embargo, era yo el que estaba malinterpretando.
- Sí, la verdad es que a veces nos cegamos en que tenemos la razón y decimos cosas que carecen de sentido, al menos, dentro de un contexto determinado.
Al decir esas palabras, el pájaro quedó fuera de contexto, o en otras palabras, se esfumó.

6. Revuelta a la realidad.

Inesperadamente empezó a sonar el dichoso móvil. Ya era hora de despertarse para ir al instituto.
Vaya –pensé- todo ha sido un sueño.
La verdad no es que nunca había tenido un sueño que se pareciera a éste, pero, desde luego, algo hizo que me sintiera diferente desde entonces.

Vicente López Gil
1º BAT A

miércoles, 9 de junio de 2010

Mundus est fabula

Al comienzo, como para el niño en su primera pantomima, la obra es la cosa; de modo que un auditorio humano no puede nunca superar esa ilusión inicial puesto que este mundo es un teatro que nadie puede visitar dos veces. Si pudiéramos hacernos asiduos, ser veteranos aficionados al teatro durante los mundos sucesivos, llegaríamos a ser más perspicaces; disfrutaríamos las representaciones, en general, igual o, quizá, un poco más, pero de modo menos sofocado. Veríamos más y creeríamos menos. El Placer de ver es uno y el placer de creer es otro bien distinto; el primero libera los sentidos e inunda de luz el presente; el segundo dirige la conducta y alivia nuestra ansiedad respecto al pasado y al futuro. Cuando el espectador cae en la cuenta de su destino tanto como de la belleza, su sensibilidad se hace trágica, se convierte en inteligencia. Cada imagen es vista entonces como signo de la situación completa que la ha generado o que ella anuncia. La imagen dada expresa, para la inteligencia, un hecho problemático; de modo que la inteligencia inventa formas gramaticales y categorías lógicas variadas con las que describir su enemigo oculto o su fascinante presa. Tan espontáneo y dogmático es el intelecto en su interpretación de la escena que juzga sin vacilar que el objeto concebido (por muy abstractamente que sea esbozado) es, por decirlo así, la cosa real: sólo él trabaja y actúa, mientras que la imagen dada es o bien ignorada completamente o bien desdeñada como una simple palabra o un fantasma de los sentidos, apropiado sólo para que los tontos se paren a contemplarlo. Y es muy cierto, a pesar de todos los esfuerzos que el empirismo haga para negarlo, que toda figura que cruza el escenario de la aprehensión es un símbolo, o puede llegar a ser un símbolo; todas ellas tienen un motivo y surgen de alguna profunda conmoción del mundo material. [...] Vergüenza del impío egotismo que lo niegue y que para ahorrarse la tensión de la fe y el esfuerzo de la comprensión, pretenda encontrar en la experiencia nada más que un tapiz indefinido, un paisaje sin sustancia. A su invisible sustancia el espectáculo le debe no sólo su existencia sino su significado, puesto que nuestro interés por la escena enraíza en una vida oculta dentro de nosotros, del mismo modo que los cambios y los colores del decorado enraízan en los trucos del escenario. En cualquier caso, las raíces de las cosas están apropiada y decentemente ocultas bajo tierra y es tan pueril estar siempre arrancándolas, para estar seguro de que existen, como lo es negar su existencia.[...] Las hermosas máscaras, como las flores, como el ocaso, como las melodías, retorcidas sobre cerebros preocupados y sujetas con alambres, cubren apropiadamente para nosotros la faz anatómica de la naturaleza; y las palabras y los dogmas son otras tantas máscaras tras las cuales podemos, también, aventurar el escenario; porque es la vida la que da expresión a la vida, al transformar movimientos difusos en claras imágenes. ¡Qué ciego es el celo de los iconoclastas y qué profundamente hostil al impulso religioso! Arrojan su desprecio sobre ojos que no ven y bocas que no pueden hablar; desdeñan una obra de arte o de pensamiento por estar acabada e inmóvil; como si las imágenes de la retina fueran menos ídolos que las del escultor y como si las palabras, las de todas las cosas, no fueran signos convencionales, grotescas falsificaciones, mensajes muertos, como hojas caídas, del alma muda. ¿Por qué habría de menospreciar un arte el lenguaje figurativo de otro arte?


George Santayana (1863 Madrid-Roma 1952), “El mundo, un escenario” (1922) en Soliloquios en Inglaterra y soliloquios posteriores, editorial Trotta, 2009.

miércoles, 2 de junio de 2010

El amor platónico – o la voz es la migración perpetua del pensamiento humano.

    Juntos habíamos leído durante mucho tiempo a los inmortales poetas de los griegos pero, sobre todo, habíamos estudiado a los filósofos de los primeros tiempos y llorábamos con los poemas de Jenófanes y de Empédocles que ningún ojo humano jamás volverá a ver. Nos encantaba Platón por la gracia infinita de su elocuencia, aunque hubiéramos rechazado la idea que él tenía del alma, hasta el día en que dos versos que aquel divino sabio había escrito en su juventud me revelaron su verdadero pensamiento y me sumergieron en la desgracia.
    Este es el terrible dístico que un día hirió mis ojos en el libro de un gramático decadente:

    Mientras besaba a Agatón, mi alma se me vino a los labios:
    Quería, la muy desgraciada, pasarse a él.

    Tan pronto como capté el sentido de las palabras del divino Platón, una luz resplandeciente brotó dentro de mí. El alma no era ya diferente de la vida: era el soplo animado que habita el cuerpo; y, en el amor, son las almas las que se buscan cuando los amantes se besan en la boca: el alma de la amante quiere habitar en el hermoso cuerpo del hombre que ama y el alma del amante desea con ardor fundirse en los miembros de su amada. Y los pobres desgraciados jamás lo consiguen. Sus almas suben a sus labios, se encuentran, se mezclan pero no pueden emigrar. Pues ¿habría un placer más celestial que el que los amantes se intercambiaran, que se prestaran sus vestidos de carne tan cálidamente acariciados, tan voluptuosamente amados? ¡Qué abnegación más sorprendente, qué abandono supremo dar el cuerpo al alma del otro, al soplo del otro! Es más que un desdoblamiento, más que una posesión efímera, más que la mezcla inútil y decepcionante del aliento; es el don superior de la amada a su amante, el intercambio perfecto tan vanamente soñado, el término infinito de tantos abrazos y mordiscos.
    Yo amaba a Béatrice y ella me amaba a mí. Nos lo habíamos dicho muchas veces mientras que leíamos las melancólicas páginas del poeta Longo en el que las estrofas de prosa caen con una cadencia monótona. Pero ignorábamos el amor de nuestras almas como Dafnis y Cloe ignoraban el amor de sus cuerpos. Y aquellos versos del divino Platón nos revelaron el secreto eterno por el que las almas que se aman pueden poseerse de manera perfecta. Y desde entonces, Béatrice y yo no pensábamos más que en unirnos de ese modo y así abandonarnos el uno en el otro.
    Pero aquí comenzó el horror indefinible. El beso de la vida no podía unirnos de manera indisoluble. Era necesario que uno de nosotros se entregara en sacrificio al otro. Porque el viaje de las almas no podía ser una migración recíproca. Bien lo sentíamos los dos, pero no nos atrevíamos a decirlo. Y yo tuve la debilidad atroz, inherente al egoísmo de mi alma de hombre, de dejar a Béatrice en la incertidumbre. La belleza escultural de mi amiga empezó a declinar. Dejó de encenderse la lámpara roja en el interior de su rostro de alabastro. Los médicos llamaron a su mal anemia; pero yo sabía que era su alma la que se marchaba de su cuerpo. Evitaba ella mis miradas llenas de ansiedad con una sonrisa triste. La delgadez de sus miembros llegó a ser excesiva. Pronto su rostro se hizo tan pálido que tan sólo sus ojos brillaban en él con fuego sombrío. La  color rosada de sus mejillas y sus labios aparecía y desaparecía como las últimas oscilaciones de una llama que está a punto de apagarse. Supe entonces que Béatrice me pertenecería por completo en unos pocos días y, pese a mi infinita tristeza, una alegría se hizo dueña de mí.
    La última noche, apareció sobre las blancas sábanas como una estatua de cera virgen. Volvió su cara lentamente hacia mí y me dijo: “En el momento de mi muerte quiero que me beses en la boca y que mi último aliento pase a ti”.
    Creo que nunca me había dado cuenta de cuán cálida y brillante era su voz; pero aquellas palabras me dieron la impresión de un fluido tibio que me estremecería. Casi al instante sus ojos suplicantes buscaron los míos y comprendí que había llegado el momento. Acerqué mis labios a los suyos para beberme su alma.
    ¡Horror! ¡Infernal y demoníaco amor! ¡No fue el alma de Béatrice lo que pasó a mí sino su voz! El grito que lancé me estremeció y me paralizó. Porque aquel grito tendría que haberse escapado de los labios de la muerta y era de mi garganta de donde surgía. Mi voz se había hecho cálida y vibrante y me daba la impresión de un fluido tibio que me estremecería. Había matado a Béatrice y había matado mi voz: la voz de Béatrice habitaba en mí, una voz tibia de agonizante que me llenaba de terror.

Marcel Schwob (1867-1905), "Béatrice" en La estrella de madera, Ediciones Sequitur, (2009).