Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de ésta una cosa vergonzosa.

Gilles Deleuze,
Nietzsche y la filosofía

jueves, 29 de abril de 2010

MurART abre la puerta al País de las Maravillas

Los alumnos y monitores de la quinta edición de MurArt han pintado, usando la técnica del "graffiti", las paredes del Centro de Menores “Els Estels” de Alicante - centro dependiente de la Conselleria de Benestar Social, ubicado en la calle General Pintos, 21- con motivos del fantástico mundo que Lewis Carroll creó para Alicia.

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TARARÁ Y TARARÍ.

A Alicia el espectáculo del Rey durmiendo no le resultaba en absoluto conmovedor. Llevaba el buen señor un gorro de dormir rojo, con una borla en la punta y estaba acurrucado en el suelo, en una especie de montón informe, roncando a pierna suelta.
-¡Ronca como un santo varón! - sentenció Tarará.
-Si sigue ahí tumbado en la hierba húmeda, va a coger un buen resfriado -dijo Alicia, que era una niña muy sensata.
-Ahora está soñando -dijo Tararí. ¿A qué no sabes lo que sueña?
-¡Vete a saber! -dijo Alicia. ¡Eso no lo podría adivinar nadie!.
-¡Pues está soñando contigo! -dijo Tararí, palmoteando con gesto triunfal. Y si dejara de soñarte, ¿dónde te crees que estarías?
-Estaría donde estoy ahora -le dijo Alicia. ¿Dónde iba a estar?
-¡Que te crees tú eso! No estarías en ninguna parte -replicó desdeñosamente Tararí. ¡Tú no eres más que una especie de cosa en el sueño del Rey!
-Si ahora el Rey se despertara -continuó Tarará-, tú te esfumarías como se esfuma una vela cuando se acaba la mecha.
-¡No es verdad! -exclamó Alicia, indignada. Y además, si yo no soy más que una especie de cosa en el sueño del Rey..., ¡me gustaría saber lo que son ustedes!
-¡Lo mismo! -dijo Tarará.
-¡Lo mismo, lo mismo! -le jaleó Tararí.
Armaban tanto ruido, que Alicia se vio en la obligación de llamarles la atención.
-¡Cállense! Van a despertar al Rey si hacen tanto ruido...
-¿Cómo quieres despertar al Rey -arguyó Tarará- si no eres más que parte de su sueño? De sobra sabes que no eres real.
Soy real! -decía la pobre Alicia, derramando abundantes lágrimas.
-¡No serás real por más que llores! -le dijo Tararí. Y no hay razón alguna para llorar.
-Si no fuera real -decía Alicia, que no sabía si reír o llorar, tan ridícula le parecía aquella conversación-, no podría llorar.
-Pero ¿es que acaso piensas -le dijo Tarará con gran sarcasmo- que esas lágrimas tuyas son reales?
“Sé que están diciendo tonterías -razonó Alicia para sus adentros-, así que no vale la pena que me acalore.”
De modo que, enjugándose las lágrimas, y en un tono más desenfadado, reanudó la conversación:
-Se me está haciendo tarde y debería salir del bosque antes de que oscurezca... ¿Piensan que va a llover?
Tarará sacó un gran paraguas y se metió debajo con su hermano, y entonces, mirando hacia arriba, respondió:
-No lo creo... No creo que llueva aquí debajo. ¡No, señor!
-Pero puede llover fuera..., ¿no es así?
-Puede... si se le antoja -dijo Tararí. A nosotros ni nos va ni nos viene, sino ¡todo lo contrario!
“Egoístas, más que egoístas!”, pensaba Alicia.

Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, a través del espejo, editorial Cátedra (edición anotada de Manuel Garrido).

miércoles, 28 de abril de 2010

El Mito de la Caverna como fábula filosófica fundamental - los nativos de la caverna no saben qué sea una caverna.


SÓCRATES RELATA CÓMO HABÍA RELATADO A GLAUCÓN EL MITO DE LA CAVERNA.

Ímaginate una caverna subterránea, que dispone de una larga entrada para la luz a todo lo largo de ella, y figúrate unos hombres que se encuentran ahí ya desde la niñez, atados por los pies y el cuello, de tal modo que hayan de permanecer en la misma posición y mirando tan sólo hacia delante, imposibilitados como están por las cadenas de volver la vista hacia atrás. Pon a su espalda la llama de un fuego que arde sobre una altura a distancia de ellos, y entre el fuego y los cautivos un camino eminente flanqueado por un muro, semejante a los tabiques que se colocan entre los charlatanes y el público para que aquéllos puedan mostrar, sobre ese muro, las maravillas de que disponen.
-Ya me imagino eso – dijo.
-Pues bien: observa ahora a lo largo de ese muro unos hombres que llevan objetos de todas clases que sobresalen sobre él, y figuras de hombres o de animales, hechas de piedra, de madera y de otros materiales. Es natural que entre estos portadores unos vayan hablando y otros pasen en silencio.
-¡Extrañas imágenes describes -dijo- y extraños son también esos prisioneros!
-Sin embargo, son semejantes en todo a nosotros -observé-. Porque ¿crees en primer lugar que esos hombres han visto de sí mismos o de otros algo que no sea las sombras proyectadas por el fuego en la caverna, exactamente en frente de ellos?
-¿Cómo -dijo- iban a poder verlo, si durante toda su vida se han visto obligados a mantener inmóviles sus cabezas?
-¿Y no ocurrirá lo mismo con los objetos que pasan detrás de ellos?
-Desde luego.
-Si, pues, tuviesen que dialogar unos con otros, ¿no crees que convendrían en dar a las sombras que ven los nombres de las cosas?
-Por fuerza.
-Pero supón que la prisión dispusiese de un eco que repitiese las palabras de los que pasan ¿No crees que cuando hablase alguno de estos pensarían que eran las sombras mismas las que hablaban?
-No, por Zeus -dijo.
-Ciertamente -indiqué-, esos hombres tendrían que pensar que lo único verdadero son las sombras.
-Con entera necesidad -dijo.
-Considera pues -añadí-, la situación de los prisioneros, una vez liberados de las cadenas y curados de su insensatez. ¿Qué les ocurriría si volviesen a su estado natural? Indudablemente, cuando alguno de ellos quedase desligado y se le obligara a levantarse súbitamente, a torcer el cuello y caminar y a dirigir la mirada hacia la luz, haría todo esto con dolor, y con el centelleo de la luz se vería imposibilitado de distinguir los objetos cuyas sombras percibía con anterioridad. ¿Qué crees que podría contestar ese hombre si alguien le dijese que entonces sólo veía bagatelas y que ahora, en cambio, estaba más cerca del ser y de objetos más verdaderos? Supón además que al presentarle a cada uno de los transeúntes, le obligasen a decir lo que es cada uno de ellos. ¿No piensas que le alcanzaría gran dificultad y que juzgaría las cosas vistas anteriormente como más verdaderas que las que ahora se le muestran?
-Sin duda alguna -contestó.
-Y si, por añadidura, se le forzase a mirar a la luz misma, ¿no sentiría sus ojos doloridos y trataría de huir, volviéndose hacia las sombras que contempla con facilidad y pensando que son ellas más reales y diáfanas que todo lo que se le muestra?
-Eso ocurriría -dijo.
-Y si ahora le llevasen a la fuerza por la áspera y escarpada subida y no le dejasen de la mano hasta enfrentarle con la luz del sol, ¿no sufriría y se indignaría contra el que le arrastrase, y luego, cuando estuviese ante la luz, no tendría los ojos hartos de tanto resplandor hasta el punto de no poder ver ninguno de los objetos que llamamos verdaderos?
-Es claro que, de momento, no podría hacerlo -dijo.
-Sólo la fuerza de la costumbre, creo yo, le habituaría a ver las cosas de lo alto. Primero, distinguiría con más facilidad las sombras, y después de esto, las imágenes de los hombres y demás objetos, reflejados en las aguas; por último, percibiría los objetos mismos. En adelante, le resultaría más fácil contemplar por la noche las cosas del cielo y el mismo cielo, mirando para ello a la luz de las estrellas y la luna, que durante el día el sol y todo lo que a él pertenece.
-¿Cómo no?
-Y finalmente, según yo creo, podría ver y contemplar el sol, no en sus imágenes reflejadas en las aguas, ni en otro lugar extraño, sino en sí mismo y tal cual es.
-Necesariamente -dijo.
-Entonces, ya le sería posible deducir, respecto al sol, que es él quien produce las estaciones y los años y endereza a la vez todo lo que acontece en la región visible, siendo, por tanto, la causa de todas las cosas que se veían en la caverna.
-Está claro -dijo- que después de todo aquello vendría a parar en estas conclusiones.
-¿Pues qué? ¿Qué ocurriría cuando recordase su primera morada y la ciencia de que tanto él como sus compañeros de prisión disfrutaban allí? ¿No crees que se regocijaría con el cambio y que compadecería la situación de aquellos?
-Desde luego.
-¿Y te parece que llegaría a desear los honores, las alabanzas o las recompensas que se concedían en la caverna a los que demostraban más agudeza al contemplar las sombras que pasaban y acordarse con más certidumbre del orden que ocupaban, circunstancia más propicia que ninguna otra para la profecía del futuro? ¿Podría sentir envidia de los que recibiesen esos honores o disfrutasen de ese poder, o experimentaría lo mismo que Homero, esto es, que preferiría más que nada “ser labriego al servicio de otro hombre sin bienes” o sufrir cualquier otra vicisitud que sobrellevar la vida de aquellos en un mundo de mera opinión?
-A mi juicio -dijo- aceptaría vivir así antes que amoldarse a una vida como la de aquellos.
-Pues ahora medita un poco en esto -añadí-. Si vuelto de nuevo a la caverna, disfrutase allí del mismo asiento, ¿no piensas que ese mismo cambio, esto es, el abandono súbito de la luz del sol, deslumbraría sus ojos hasta cegarle?
-En efecto -dijo.
-Supón también que tenga que disputar otra vez con los que continúan en la prisión, dando a conocer su parecer sobre las sombras en el momento en que aún mantiene su cortedad de vista y no ha llegado a alcanzar la plenitud de la visión. Desde luego, será corto el tiempo de habituación a su nuevo estado, pero ¿no movería a risa y no obligaría a decir que precisamente por haber salido fuera de la caverna había perdido la vista, y que, por tanto, no convenía intentar esa subida? ¿No procederían a dar muerte, si pudieran cogerle en sus manos y matarle, al que intentase desatarles y obligarles a la ascensión?

Platón (c. 427 a. C./428 a. C. – 347 a. C.) , La República VII, 514 A-517A.

lunes, 26 de abril de 2010

PARADOJA COGITO


La Paradoja Cogito es como un abismo insondable, aunque a primera vista sólo resulte divertida. El primero en descubrirla fue Alan Turing, un matemático inglés del siglo pasado. Según su teoría, las máquinas de comportamiento humano no se distinguen del hombre en el aspecto psíquico; por consiguiente, no tenemos derecho a negar que la máquina capaz de conversar con el hombre posea conciencia. Si consideramos que otras personas son conscientes es porque nosotros mismos lo somos. Si no tuviéramos vivencias correspondientes no sabríamos imaginar nada parecido.
Sin embargo, en el transcurso de la evolución maquinaria se descubrió que la construcción de inteligencias irreflexivas era factible: dispone de ella, por ejemplo, el programa corriente del juego de ajedrez que, como se sabe, “no comprende nada”, “le da lo mismo” ganar o perder la partida y que, en breves palabras, inconscientemente, pero con lógica, bate a su contrincante, el hombre. Pero hay más todavía: sabemos que un ordenador primitivo y, sin duda alguna, “falto de alma”, que está programado para dirigir sesiones de psicoterapia y hace al paciente adecuadas preguntas de carácter íntimo para establecer el diagnóstico y el tratamiento conforme a las contestaciones, da a sus interlocutores, hombres, la sobrecogedora impresión de ser una persona que vive y siente. La impresión es tan intensa, que a veces embarga incluso al mismo programador, es decir, a un profesional, perfectamente enterado de que en su ordenador hay tanta alma como en un tocadiscos. En todo caso, el programador puede dominar la situación y aislarse de la creciente ilusión de estar en contacto con un ser consciente formulando preguntas o contestaciones que la máquina no puede digerir a causa de la limitación del programa.
Siguiendo este derrotero, la cibernética se encaminó hacia la ampliación y perfeccionamiento de las programaciones, lo cual, en consecuencia, dificultaba cada vez más el acto de “quitar el antifaz”, quiero decir, de patentizar la ausencia de pensamiento en los dispositivos “parlantes”, que despierta en el hombre un impulso de proyección involuntaria provocada por la acostumbrada creencia de que, si alguien reacciona con sentido a nuestras palabras y nos dirige frases sensatas, “tiene que estar dotado por fuerza de un raciocinio consciente”.
La Paradoja Cogito se nos reveló en la bitística de una manera sorprendente y llena de ironía: ¡representaba la duda que las máquinas tenían acerca de la facultad de pensar de los hombres! La situación adquirió de pronto una perfecta simetría bilateral. Nosotros no llegamos a estar totalmente convencidos (por falta de pruebas) de que la máquina piensa y tiene vivencias psíquicas, puesto que siempre nos queda la sospecha de que se trata de simulaciones, exteriormente perfectas pero interiormente vacías y desprovistas de “alma”.
Las máquinas, a su vez, no son capaces de conseguir una prueba de que nosotros, sus “partners”, pensamos conscientemente... como ellas. Ninguna de las dos partes sabe qué clase de sensaciones define la otra con el término “conciencia”.



sábado, 24 de abril de 2010

¿Conviene engañar al pueblo por su propio bien? - o el pueblo no tiene ningún derecho a la verdad política como tampoco a poseer grandes patrimonios.


En su primer capítulo, el Autor reflexiona como filósofo sobre la naturaleza del alma y sobre las cualidades que la inducen a mentir. Entiende el Autor que el alma es como un espejo o espéculo plano-cilíndrico; que Dios todopoderoso hizo el lado plano de ese espejo y que después el Diablo hizo el otro lado, que tiene forma cilíndrica. Que el lado plano representa los objetos al natural y tal como son de verdad; mientras que el lado cilíndrico debe necesariamente, a tenor de las normas de la Catóptrica, representar como falsos los objetos verdaderos y como verdaderos los falsos; que al ser el cilindro mucho más ancho refleja y recoge en su superficie un mayor número de rayos visuales; y que, por consiguiente, todo el arte y el éxito de la mentira política depende del lado cilíndrico del alma. El Autor reflexiona, en este mismo capítulo, sobre las cualidades del espíritu; por ejemplo, sobre su particular querencia por lo malicioso y lo maravilloso. La querencia del alma por la malicia es un efecto del amor propio, o del placer que nos produce encontrar hombres más ruines, cobardes, despreciables y desgraciados que nosotros mismos. La pasión que nos arrastra hacia lo maravilloso procede, por su parte, de la inactividad del alma o de su incapacidad para ser conmovida por las cosas ordinarias o vulgares y así disfrutar de ellas.

Tras señalar las cualidades del espíritu sobre las que se basa su Arte, el Autor trata en el segundo capítulo de la naturaleza de la mentira política, que define como sigue: la mentira política, dice, es el Arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables y hacerlo a buen fin. Lo denomina Arte para distinguirlo así de la acción de decir la verdad, para la cual al parecer no se precisa de ningún arte. Pero, aceptada esa definición, la misma sólo se refiere a la invención ya que, en efecto, se requiere más arte para convencer al pueblo de una verdad saludable que para hacer creer y aceptar una falsedad saludable. [...]

El Autor dedica todo el undécimo capítulo a una sola cuestión: saber si una mentira se contrarresta mejor con una verdad o con otra mentira. Dice que, considerando la amplitud de la superficie cilíndrica del alma y la gran querencia que tienen todos los hombres de nuestra época en creerse las mentiras, está convencido que la mejor manera de destruir una mentira consiste en oponerle otra. Por ejemplo, si alguien os dice que el Pretendiente está en Londres, no se rebatirá esta mentira diciendo que nunca ha estado en Inglaterra, sino que, recurriendo a testigos oculares, probará que no pasó de Greenwich y que desde ahí dio marcha atrás. Si se difunde el rumor que un gran hombre murió por esta o aquella enfermedad, no replicará diciendo la verdad, asegurando que goza de buena salud, sino que dirá solamente que aún está convaleciente. Así, a caballero que hace poco sostenía que se había firmado el 15 de septiembre un tratado con Francia para introducir la esclavitud y restablecer el papismo en Inglaterra, otro no menos hábil le respondío muy juiciosamente, no oponiendo la verdad a su mentira, argumentando que semejante tratado jamás se suscitó, sino diciendo que sabía de buena mano que ese Tratado contenía varios artículos aún pendientes de acuerdo.


Jonathan Swift (1667-1745) o John Arbuthnot (1667-1735), El arte de la mentira política (1712 ó1733).

Dejarse de tonterías es una estupidez - o confundir el No-Yo con su Yo-yo.


Señoras y Señores,
quien se arriesgue a hablar sobre la estupidez corre hoy el peligro de llegar a sufrir perjuicios de modos diversos; pues puede ser interpretado como una arrogancia por su parte e incluso como un estorbo para el desarrollo de su época. Yo mismo escribí hace ya varios años: “Si la estupidez no se pareciera tanto al progreso, el talento, la esperanza o la mejora, nadie querría ser estúpido”. Esto fue en 1931 ¡y nadie se atreverá a poner en duda que el mundo ha asistido también desde entonces a progresos y mejoras! De ahí que se vaya haciendo inaplazable preguntar: ¿qué es propiamente la estupidez? [...]
Todos nosotros somos ocasionalmente estúpidos; también tenemos que actuar ocasionalmente de modo ciego o semiciego, de lo contrario el mundo no se movería; y si de los peligros de la estupidez se quisiera deducir la regla: “Abstente de juzgar y decidir en todo lo que no comprendas suficientemente”, nos quedaríamos del todo rígidos. Pero esta situación, de la que hoy tanto se habla, se parece a una que, en el ámbito del intelecto, nos es familiar desde hace tiempo. Pues, como nuestro conocimiento y nuestra capacidad son incompletos, en el fondo nos vemos obligados a emitir juicios a la ligera en todas las ciencias, si bien nos esforzamos y hemos aprendido a mantener este error dentro de unos límites conocidos y a corregirlo cuando hay ocasión, de modo que nuestra actividad recupera la corrección. En realidad, nada impide aplicar este modo de juzgar y actuar, exacto y orgulloso a la vez que humilde, también a otros campos; y creo que el principio: “actúa tan bien como puedas y tan mal como debas y sé siempre consciente de los márgenes de error de tu acción”, supondría ya haber avanzado un buen trecho hacia una prometedora forma de vida.

Robert Musil (1880-1942), Sobre la estupidez (Conferencia impartida en Viena el día 11 y repetida el día 17 de marzo de 1937 por invitación de la Federación Austríaca del Trabajo)

viernes, 23 de abril de 2010

El maravilloso mundo de los libros


El 23 de abril se conmemora el fallecimiento de tres escritores: el español Miguel de Cervantes y Saavedra, el inglés William Shakespeare y el cronista Garcilaso de la Vega (el Inca), todos ocurridos en 1616. Así, la Unesco, en 1995, aprobó proclamar el 23 de abril de cada año como el "Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor".

¡Feliz Día del Libro!

jueves, 22 de abril de 2010

Una merienda de locos ¬(P V ¬P)


Habían puesto la mesa debajo de un árbol, delante de la casa, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té. Sentado entre ellos había un Lirón, que dormía profundamente, y los otros dos lo hacían servir de almohada, apoyando los codos sobre él, y hablando por encima de su cabeza. «Muy incómodo para el Lirón», pensó Alicia. «Pero como está dormido, supongo que ni siente ni sufre».
La mesa era muy grande, pero los tres se apretujaban muy juntos en uno de los extremos.
-¡No hay sitio! ¡No hay sitio! -se pusieron a gritar, cuando vieron que se acercaba Alicia.
-¡Hay sitio de sobra! -protestó Alicia indignada, y se sentó en un gran sillón a un extremo de la mesa.
-Toma un poco de vino -la animó la Liebre de Marzo.
Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té.
-No veo ni rastro de vino -observó.
-No lo ves porque no lo hay -dijo la Liebre de Marzo.
-En ese caso me parece de muy mala educación el habérmelo ofrecido -dijo Alicia enfadada.
-Tampoco es muy correcto por tu parte sentarte con nosotros sin haber sido invitada -dijo la Liebre de Marzo.
-¡Cualquiera diría que la mesa fuera sólo para ustedes! -exclamó Alicia-. Salta a la vista que está dispuesta para mucho más que tres personas.
A todo esto, el Sombrerero, que había estado observando el pelo de Alicia con una gran curiosidad, abrió la boca para decir:
-¡Lo que tú necesitas es un buen corte de pelo!
-Debería aprender usted a no hacer observaciones tan personales -dijo Alicia con acritud-. ¡Es de pémisa educación!.
Al oír esto, el Sombrerero abrió unos ojos como naranjas, pero lo único que se le ocurrió decir fue:
-¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escritorio?
«¡Vaya, parece que nos vamos a divertir!», pensó Alicia. «Me encanta que hayan empezado a jugar a las adivinanzas.» Y añadió en voz alta:
-Creo que sé la solución.
-¿Quieres decir que puedes encontrar la solución al acertijo? -preguntó la Liebre de Marzo.
-Exactamente -contestó Alicia.
-Entonces debes decir lo que piensas -insistió la Liebre de Marzo.
-Ya lo hago -se apresuró a replicar Alicia-. O al menos, pienso lo que digo, lo cual viene a ser lo mismo.
-¡Cómo va a ser lo mismo! -exclamó el Sombrerero-. ¿Acaso es lo mismo decir «veo lo que como» que «como lo que veo»?
-¡Cómo va a ser lo mismo!-coreó la Liebre de Marzo- ¿Acaso es lo mismo decir «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»?
- ¡Cómo va a ser lo mismo!-añadió finalmente el Lirón, que parecía hablar en sueños- ¿Es lo mismo decir «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro»?
-¡Pues en tu caso sí! - le dijo el Sombrerero.
Y aquí la conversación se interrumpió, y el pequeño grupo se mantuvo en silencio unos instantes, mientras Alicia intentaba recordar todo lo que sabía de cuervos y de escritorios, que no era demasiado.

Los límites del Estado y el ciudadano - la libertad sin límites carece de sentido.


¿DEBEMOS OBEDECER LEYES INJUSTAS?

UN ROTUNDO SÍ.

Pero si una ley pública es legítima y, por consiguiente, irreprochable (irreprensible) desde el punto de vista del derecho, están también ligadas a ella la facultad de coaccionar y, por el otro lado, la prohibición de oponerse a la voluntad del legislador, incluso aunque no sea de obra, es decir, el poder que en el Estado da efectividad a la ley no admite resistencia (es irresistible), y no hay comunidad jurídicamente constituida sin tal poder, sin un poder que eche por tierra toda resistencia interior, pues ésta acontecería conforme a una máxima que, universalizada, destruiría toda constitución civil, aniquilando el único estado en que los hombres pueden poseer derechos en general.
De ahí se sigue que toda oposición contra el supremo poder del legislativo, toda incitación que haga pasar a la acción el descontento de los súbditos, todo levantamiento que estalle en rebelión, es el delito supremo y más punible en una comunidad, porque destruye sus fundamentos. Y esta prohibición es incondicionada, de suerte que, aun cuando aquel poder o su agente –el jefe de Estado- haya llegado a violar el contrato originario y a perder con eso, ante los ojos del súbdito, el derecho a ser legislador por autorizar al gobierno para que proceda de modo absolutamente despótico (tiránico), a pesar de todo sigue sin estar permitida al súbdito ninguna oposición a título de contraviolencia.

Immanuel Kant (1724-1804), En torno al tópico: tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica (1793)


UN ROTUNDO NO.

Pero, para hablar con sentido práctico y como ciudadano, a diferencia de los que se autodenominan contrarios a la existencia de un gobierno, solicito, no que desaparezca el gobierno inmediatamente, sino un mejor gobierno de inmediato. Dejemos que cada hombre manifieste qué tipo de gobierno tendría su confianza y ése sería un primer paso en su consecución.
Después de todo, la auténtica razón de que, cuando el poder está en manos del pueblo, la mayoría acceda al gobierno y se mantenga en él por un largo período, no es porque posean la verdad ni porque la minoría lo considere más justo, sino porque físicamente son los más fuertes. Pero un gobierno en el que la mayoría decida en todos los temas no puede funcionar con justicia, al menos tal como entienden los hombres la justicia. ¿Acaso no puede existir un gobierno donde la mayoría no decida virtualmente lo que está bien o mal, sino que sea la conciencia? ¿Donde la mayoría decida sólo en aquellos temas en los que sea aplicable la norma de conveniencia? ¿Debe el ciudadano someter su conciencia al legislador por un solo instante, aunque sea en la mínima medida? Entonces, ¿para qué tiene cada hombre su conciencia? Yo creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo. Se ha dicho y con razón que una sociedad mercantil no tiene conciencia; pero una sociedad formada por hombres con conciencia es una sociedad con conciencia. La ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de la injusticia. [...]
Deposita todo tu voto, no sólo una papeleta, sino toda tu influencia. Una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable. Si las alternativas son encerrar a los justos en prisión o renunciar a la guerra y a la esclavitud, el Estado no dudará cuál elegir. Si mil hombres dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras si los pagan, se capacita al Estado para cometer actos de violencia y derramar la sangre de los inocentes. Ésta es la definición de una revolución pacífica, si tal es posible.

Henry David Thoreau (1817-1862), Desobediencia Civil (1849).

lunes, 19 de abril de 2010

La filosofía como una conversación entre amigos – y el criterio es la hospitalidad.


Para que una palabra llegue a significar algo, tiene que haber otro que esté de acuerdo y, en el límite, es preciso al menos ponerse de acuerdo consigo mismo en que significa lo que significa. “Ponerse de acuerdo consigo mismo” exige, entonces, una cierta distancia entre cada cual y su sí mismo, la distancia entre la potencia y el acto, la distancia de la que carecen aquellos cuya potencia es entera e inmediatamente actual o cuya actualidad está totalmente suspendida de una potencia virtual. (*)
Cuando Aristóteles llama a este que se niega a decir algo “vegetal”, cuando sugiere que es innecesario refutar a quien no llega a decir nada, le está declarando fuera de la ley, fuera de la ley de la palabra, que no es simplemente el principio de no-contradicción como regla formal que sirve de apoyo a toda demostración, sino la ley según la cual sólo es posible decir algo de algo o decir algo como algo a partir de un acuerdo con otro (y consigo mismo en cuanto otro).
La palabra puede significar muchas cosas (tal es su potencia), pero sólo alcanza propiamente significado cuando, de todas esas posibilidades, quien habla elige una como su significado actual, y desde entonces queda comprometido con esa elección cuya eficacia depende de la legitimación pública. Si alguien pretendiese que su palabra significa (actualmente) todo lo que (potencialmente) puede significar, entonces estaría simplemente destruyendo todo significado, violando la ley del lenguaje y colocándose más allá de toda posibilidad de diálogo, de conversación, de respuesta y de legitimación.

José Luis Pardo, “Las desventuras de la potencia” en Nunca fue tan hermosa la basura,2010.

(*) La ventura de la potencia es justamente que no puede actualizarse, la ventura es su escisión del acto, su permanecer separada de lo actual de lo cual es efecto. Y conviene cuidar esta diferencia porque, si alguna vez alguien se propusiera actualizarla, estaría produciendo una política sin técnica (que no sería sino pura retórica o pura sofística) o una técnica sin política (que es exactamente la definición del terror).

viernes, 9 de abril de 2010

Jugar, como vivir, es una actividad creativa y si no se respetan las reglas, el juego desaparece – jugar es conjugar como vivir es convivir.


“El formalismo contiene a la vez verdad y falsedad. Lo que hay de verdad en el formalismo es que toda sintaxis se puede considerar como un sistema de reglas para un juego. He estado pensando sobre lo que Weyl puede querer decir al afirmar que un formalista considera los axiomas de las matemáticas similares a las reglas de ajedrez. Yo diría: no sólo los axiomas de la matemática, sino toda la sintaxis es arbitraria. Se me preguntó en Cambridge si yo pensaba que la matemática versaba sobre manchas de tinta en el papel. Yo respondo: En el mismo sentido en que el ajedrez versa sobre figuras de madera. Quiero decir que el ajedrez no consiste en empujar figuras de madera por un tablero. Si yo digo ‘Ahora yo me convertiré en una reina de ojos terroríficos, y ella echará a todo el mundo del tablero’, usted se reirá. No importa cómo sea un peón. Lo que importa mucho más es que la totalidad de las reglas del juego determina el lugar lógico de un peón. Un peón es una variable, como la ‘x’ en lógica... Si usted me pregunta: ¿Donde está la diferencia entre el ajedrez y la sintaxis de un lenguaje?, yo le replico: Sólo en su aplicación... Si hubiera hombres en Marte que hicieran la guerra como las piezas de ajedrez, entonces los generales usarían las reglas del ajedrez para las predicciones. Sería entonces una cuestión científica la de si al rey se le podría dar mate mediante un determinado desplazamiento de piezas en tres movimientos, etc.”
WITTGENSTEIN, L. Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena.

La regla puede ser una ayuda en la enseñanza del juego. Al aprendiz se le hace saber la regla y se le hace practicar su aplicación. O bien la regla es un instrumento del propio juego. O bien no se emplea la regla ni en la enseñanza ni en el juego mismo; ni aparece tampoco en una lista de reglas. Aprendemos el juego mirando cómo juegan otros. Pero decimos que se juega de acuerdo con tales y tales reglas porque un observador puede colegir esas reglas de la práctica del juego como una ley de la naturaleza que gobierna el juego”
WITTGENSTEIN, L. Investigaciones Filosóficas, I, 54

“No nos damos cuenta de la prodigiosa diversidad de todos los juegos de lenguaje cotidianos porque el revestimiento exterior de nuestro lenguaje hace que parezca todo igual”
WITTGENSTEIN, L. Investigaciones Filosóficas, II, 224

“¿De qué sirve estudiar filosofía si lo único para lo que le capacita es para hablar con cierta plausibilidad acerca de algunas abstrusas cuestiones de lógica, etc., y no perfecciona su pensamiento acerca de las cuestiones importantes de la vida diaria?”
MALCOLM, N. Un recuerdo -escrito de Wittgenstein a Malcolm- en KENNY, A. Wittgenstein.

No se aprende filosofía, se aprende a filosofar – el riguroso esfuerzo de pensar por uno mismo.



La filosofía, pues, no logra configurarse como efectiva ciencia; cuando, por sus miras históricas, ella es la ciencia suprema, la más rigurosa de todas, la que representa la inajenable pretensión humana al conocimiento puro y absoluto (y al valorar y el querer puros y absolutos, que le son inseparables).
Aquella cuya vocación es ser maestra en la obra eterna de la humanidad no consigue enseñar nada: no lo consigue de manera objetivamente válida. Le gustaba decir a Kant que no se puede aprender filosofía, sino sólo a filosofar. ¿Qué otro significado tiene esta frase más que la confesión de que la filosofía no es ciencia?
A donde llega la ciencia, la ciencia real, llega la posibilidad de enseñar y aprender, en todas las partes en el mismo sentido. En efecto, el aprendizaje científico nunca es recibir pasivamente materias de otro espíritu; sino que siempre estriba en la actividad propia, en el íntimo reproducir, según fundamentos y secuelas, las evidencias racionales que obtuvieron los espíritus creativos.
No se puede aprender filosofía porque en ella no hay tales evidencias concebidas y fundamentadas con objetividad, lo que equivale a decir que aún faltan en la filosofía problemas, métodos y teorías cuyos conceptos estén bien delimitados y cuyo sentido esté plenamente aclarado.

lunes, 5 de abril de 2010

La irrupción del nombre en el caos de lo innominado – o el trabajo (creativo: poiesis) del mito.


SINTAXIS

Todos tienen el cielo, el amor y la muerte,
de eso no queremos ocuparnos:
es asunto hablado y averiguado ya para ese entorno cultural.
Lo nuevo, sin embargo, es la pregunta por la sintaxis,
y esta urge:
¿Por qué expresamos algo?

¿Por qué buscamos rimas o dibujamos una modelo
de manera directa o reflejada
o trazamos sobre un palmo de papel de tina
innumerables plantas, copas de árbol, muros,
estos en forma de gusanos gordos con cabeza de tortuga
que se alargan misteriosamente bajos
en un orden determinado?

¡Inmensurable, no hay respuesta!
No será por dinero,
muchos que se dedican a esto se mueren de hambre. No,
es un impulso de la mano,
teledirigido, una disposición mental,
quizá un salvador tardío o un animal totémico,
un priapismo formal a costa del contenido,
pasará,
pero la sintaxis es hoy
lo prioritario.

"Los pocos que algo han sabido de esto" -(Goethe)*.
¿Y de qué?
De sintaxis, supongo.

Gottfried Benn, Fragmentos, 1951.


*se refiere al verso 590 del Fausto (Primera parte de la tragedia. Noche):
FAUSTO: Pues sí, lo que se dice conocer...
¿Quién puede poner palabras a las cosas?
Los pocos que algo han sabido de esto,
los que, ingenuos, no silenciaron su corazón henchido,
que al vulgo mostraron cómo sentían y entendían [...]

La Pesadilla del metafísico - retro me satanás.


Satán está rodeado de un coro de filósofos sicofantes que han sustituido el panteísmo por el pandiabolismo. Esos hombres mantienen que la existencia es sólo aparente; la no-existencia es la única realidad verdadera. Esperan con el tiempo hacer aparecer la no-existencia de la apariencia, y en ese momento, lo que ahora consideramos como existencia será considerado, en realidad, meramente como una porción exterior de la esencia diabólica. Aunque estos metafísicos demostraban gran sutileza, discrepé de ellos. Mientras estuve en la Tierra se había afianzado en mí el hábito de resistir a toda autoridad tiránica, y este hábito lo conservé en el infierno. Empecé a argüir contra los filósofos sicofantes:
—Lo que ustedes dicen es absurdo —exclamé—. Ustedes proclaman que la no-existencia es la única realidad. Ustedes pretenden que exista este negro hoyo que adoran. Tratan de persuadirme de que la no-existencia existe, pero aquí hay una contradicción, y por muy ardientes que se hagan las llamas del infierno, jamás degradaré mi existencia lógica hasta el extremo de aceptar una contradicción. Al llegar aquí, el presidente de los sicofantes se hizo fuerte en el siguiente argumento:
—Usted se precipita, amigo mío. ¿Niega usted que la no-existencia existe? Si el no-existente es nada, cualquier afirmación acerca del mismo ha de carecer de sentido. Y eso ocurre a su afirmación de que no existe. Temo que haya usted prestado demasiada poca atención al análisis lógico de las oraciones, que debió serle enseñado en la niñez. ¿No sabe usted que cada oración tiene un sujeto, y que si el sujeto fuera nada, la frase carecería de sentido? De manera que cuando usted proclama con virtuoso ardor que Satán, que es el no-existente, no existe, se está usted contradiciendo abiertamente. Yo repliqué:
—Usted, sin duda, lleva aquí cierto tiempo y continúa abrazando doctrinas anticuadas. Usted charla acerca de frases con sujeto, pero toda esta suerte de cháchara está pasada de moda. Cuando digo que Satán, que es el no-existente, no existe, no menciono a Satán ni al no-existente, sino solamente las palabras «Satán» y «no-existente». Sus falacias me han revelado una gran verdad. La verdad es que la palabra «no» es superflua. De aquí en adelante no volveré a usar la palabra «no». Ante esta afirmación, todos los metafísicos reunidos rompieron a reír ruidosamente.
—Escuchad cómo el hombre se contradice a sí mismo —dijeron cuando el paroxismo del júbilo se calmó—. Reparad en su gran precepto, que consiste en evitar la negación. ¡Verdaderamente, él no usará la palabra «no»!

domingo, 4 de abril de 2010

¿Qué significa pensar? - Pensar no es lo mismo que razonar.



Desde Kant, pensar y conocer son cosas distintas, facultades distintas. Pensar va más allá de conocer, pasa por encima de conocer, y no está al alcance de cualquiera. Conocer en cambio sí que está al alcance de cualquiera. De cualquiera que quiera conocer, claro está. Es una distintición tópica, pero que se suele pasar por alto, y decir que hay personas inteligentes que no piensan no contribuye precisamente a aclarar las cosas, y sin embargo, las hay.[...]
Pensar es pensar en algo. Es por tanto una actividad y de toda actividad que realizamos tenemos una experiencia. Esa experiencia puede ayudarnos a repetir los procesos dando por sentado que estos procesos, y el pensar sería uno de ellos, son procesos voluntarios. Soñar, por ejemplo, no es un proceso voluntario. Pero también tenemos una experiencia de la experiencia de otros. Cuando abrimos un libro de filosofía, por ejemplo, estamos leyendo los pensamientos de su autor, experiencia única que podemos repetir cuantas veces queramos. No todos los libros de filosofía contienen pensamientos, claro está, eso equivaldría a reconocer que todos los filósofos piensan, y no es así. La mayoría exponen teorías, discuten teorías, refutan teorías, cosas estas que aunque sean sin duda actividades intelectuales, no son propiamente hablando pensar. Ni siquiera razonar, una de las más altas y útiles actividades intelectuales del hombre, es lo mismo que pensar. El razonamiento nunca se cuestiona por ejemplo las evidencias. El pensamiento sí. Con el razonamiento buscamos la verdad, con el pensamiento el significado, no sólo el significado de una verdad, sino lo que significa que una cosa sea verdad. [...]
La confusión frecuente de la facultad de razonamiento y de juicio, mejor o peor dirigidas, y estrechamente ligadas a la educación y la cultura del individuo, la confusión de esta facultad, que es universal, con la capacidad de pensar, que es particular, es lo que nos hace concebir la ilusión de que todos los hombres piensan. Si a ello añadimos que los razonamientos y los juicios pueden contradecirse entre sí, sin que ello represente ningún problema para el hombre, ni en sus decisiones ni en su conducta, es más, que considera el derecho a la contradicción como uno de sus derechos más inalienables, tan inalienable que ni siquiera se siente en la obligación de explicar, entonces las cosas se complican ciertamente, porque ciertamente y sin ninguna duda la forma en que una persona conduce su vida depende de esa facultad y esas capacidades, que al considerarlas innatas, no les dedica más atención que a las emociones, a las que también erróneamente considera innatas. [...]
Pensar es pensarse según la correcta traducción de la fórmula cartesiana. El hombre que piensa es el único hombre que es consciente de ser un hombre como cualquier otro. En cambio, aquellos que no piensan se imaginan diferentes y únicos.
Manuel Arranz, Falacias del pensamiento.

sábado, 3 de abril de 2010

La UNESCO y la Filosofía.


La enseñanza de la filosofía es uno de los fundamentos de la educación de calidad para todos. Esa enseñanza contribuye a forjar el pensamiento crítico e independiente, que constituye un baluarte contra todas las formas de manipulación y exclusión.

La enseñanza de la filosofía debe mantenerse o ampliarse donde ya existe, implantarse donde aún no existe y ser nombrada explícitamente con la palabra "filosofía".

jueves, 1 de abril de 2010

La ineludible estupidez humana



LAS LEYES FUNDAMENTALES DE LA ESTUPIDEZ HUMANA

La Primera Ley Fundamental: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.

La Segunda Ley Fundamental: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

La Tercera Ley Fundamental: Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona, o a un grupo de personas, sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

La Cuarta Ley Fundamental: Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que, en cualquier momento, lugar, o circunstancia, tratar, o asociarse, con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un craso error".

La Quinta Ley Fundamental: La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado.


CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE PERSONAS


Todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos.

Los Incautos: Podemos recordar ocasiones en que un individuo realizó una acción (es decisivo que sea él quién la inicie), cuyo resultado fue una pérdida para él y una ganancia para nosotros -habíamos entrado en contacto con un incauto.

Los Inteligentes: Igualmente nos vienen a la memoria ocasiones en que un individuo realizó una acción de la que ambas partes obtuvimos provecho -se trataba de una persona inteligente. Una persona inteligente puede alguna vez comportarse como una incauta, como también puede adoptar una actitud malvada. Pero, puesto que la persona en cuestión es fundamentalmente inteligente, la mayor parte de sus acciones tendrán la característica de la inteligencia. En determinadas circunstancias una persona actúa de manera inteligente, y en otras circunstancias esta misma persona puede comportarse como una incauta. La única excepción importante a la regla la representan las personas estúpidas que, normalmente, muestran la máxima tendencia a una total coherencia en cualquier campo de actuación.

Los Malvados: Todos nosotros recordamos ocasiones en que, desgraciadamente, estuvimos relacionados con un individuo que consiguió una ganancia causándonos un perjuicio a nosotros -nos encontramos frente a un malvado. Existen diversos tipos de malvados, el malvado perfecto es quien causa, con sus acciones, a otro pérdidas equivalentes a sus ganancias. Otro tipo de malvados son aquellos que obtienen para sí ganancias mayores que las pérdidas que ocasionan a los demás, esos son deshonestos y con un grado elevado de inteligencia. Pero la mayoría de los malvados son individuos cuyas acciones les proporcionan beneficios inferiores a las pérdidas ocasionadas a los demás. Este individuo se situará muy cerca del límite de la estupidez pura.

Los Estúpidos: Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar, por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad no existe explicación,o mejor dicho, solo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida. La mayoría de las personas estúpidas son fundamental y firmemente estúpidas, en otras palabras, insisten con perseverancia en causar daños, o pérdidas, a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí, sea esto positivo o negativo. Pero aún hay más. Existen personas que con sus inverosímiles acciones, no solo causan daños a otras personas, sino también a sí mismos. Estas personas pertenecen al género de los superestúpidos que es cuasi- infinito.