Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de ésta una cosa vergonzosa.

Gilles Deleuze,
Nietzsche y la filosofía

lunes, 19 de abril de 2010

La filosofía como una conversación entre amigos – y el criterio es la hospitalidad.


Para que una palabra llegue a significar algo, tiene que haber otro que esté de acuerdo y, en el límite, es preciso al menos ponerse de acuerdo consigo mismo en que significa lo que significa. “Ponerse de acuerdo consigo mismo” exige, entonces, una cierta distancia entre cada cual y su sí mismo, la distancia entre la potencia y el acto, la distancia de la que carecen aquellos cuya potencia es entera e inmediatamente actual o cuya actualidad está totalmente suspendida de una potencia virtual. (*)
Cuando Aristóteles llama a este que se niega a decir algo “vegetal”, cuando sugiere que es innecesario refutar a quien no llega a decir nada, le está declarando fuera de la ley, fuera de la ley de la palabra, que no es simplemente el principio de no-contradicción como regla formal que sirve de apoyo a toda demostración, sino la ley según la cual sólo es posible decir algo de algo o decir algo como algo a partir de un acuerdo con otro (y consigo mismo en cuanto otro).
La palabra puede significar muchas cosas (tal es su potencia), pero sólo alcanza propiamente significado cuando, de todas esas posibilidades, quien habla elige una como su significado actual, y desde entonces queda comprometido con esa elección cuya eficacia depende de la legitimación pública. Si alguien pretendiese que su palabra significa (actualmente) todo lo que (potencialmente) puede significar, entonces estaría simplemente destruyendo todo significado, violando la ley del lenguaje y colocándose más allá de toda posibilidad de diálogo, de conversación, de respuesta y de legitimación.

José Luis Pardo, “Las desventuras de la potencia” en Nunca fue tan hermosa la basura,2010.

(*) La ventura de la potencia es justamente que no puede actualizarse, la ventura es su escisión del acto, su permanecer separada de lo actual de lo cual es efecto. Y conviene cuidar esta diferencia porque, si alguna vez alguien se propusiera actualizarla, estaría produciendo una política sin técnica (que no sería sino pura retórica o pura sofística) o una técnica sin política (que es exactamente la definición del terror).

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