Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de ésta una cosa vergonzosa.

Gilles Deleuze,
Nietzsche y la filosofía

miércoles, 2 de junio de 2010

El amor platónico – o la voz es la migración perpetua del pensamiento humano.

    Juntos habíamos leído durante mucho tiempo a los inmortales poetas de los griegos pero, sobre todo, habíamos estudiado a los filósofos de los primeros tiempos y llorábamos con los poemas de Jenófanes y de Empédocles que ningún ojo humano jamás volverá a ver. Nos encantaba Platón por la gracia infinita de su elocuencia, aunque hubiéramos rechazado la idea que él tenía del alma, hasta el día en que dos versos que aquel divino sabio había escrito en su juventud me revelaron su verdadero pensamiento y me sumergieron en la desgracia.
    Este es el terrible dístico que un día hirió mis ojos en el libro de un gramático decadente:

    Mientras besaba a Agatón, mi alma se me vino a los labios:
    Quería, la muy desgraciada, pasarse a él.

    Tan pronto como capté el sentido de las palabras del divino Platón, una luz resplandeciente brotó dentro de mí. El alma no era ya diferente de la vida: era el soplo animado que habita el cuerpo; y, en el amor, son las almas las que se buscan cuando los amantes se besan en la boca: el alma de la amante quiere habitar en el hermoso cuerpo del hombre que ama y el alma del amante desea con ardor fundirse en los miembros de su amada. Y los pobres desgraciados jamás lo consiguen. Sus almas suben a sus labios, se encuentran, se mezclan pero no pueden emigrar. Pues ¿habría un placer más celestial que el que los amantes se intercambiaran, que se prestaran sus vestidos de carne tan cálidamente acariciados, tan voluptuosamente amados? ¡Qué abnegación más sorprendente, qué abandono supremo dar el cuerpo al alma del otro, al soplo del otro! Es más que un desdoblamiento, más que una posesión efímera, más que la mezcla inútil y decepcionante del aliento; es el don superior de la amada a su amante, el intercambio perfecto tan vanamente soñado, el término infinito de tantos abrazos y mordiscos.
    Yo amaba a Béatrice y ella me amaba a mí. Nos lo habíamos dicho muchas veces mientras que leíamos las melancólicas páginas del poeta Longo en el que las estrofas de prosa caen con una cadencia monótona. Pero ignorábamos el amor de nuestras almas como Dafnis y Cloe ignoraban el amor de sus cuerpos. Y aquellos versos del divino Platón nos revelaron el secreto eterno por el que las almas que se aman pueden poseerse de manera perfecta. Y desde entonces, Béatrice y yo no pensábamos más que en unirnos de ese modo y así abandonarnos el uno en el otro.
    Pero aquí comenzó el horror indefinible. El beso de la vida no podía unirnos de manera indisoluble. Era necesario que uno de nosotros se entregara en sacrificio al otro. Porque el viaje de las almas no podía ser una migración recíproca. Bien lo sentíamos los dos, pero no nos atrevíamos a decirlo. Y yo tuve la debilidad atroz, inherente al egoísmo de mi alma de hombre, de dejar a Béatrice en la incertidumbre. La belleza escultural de mi amiga empezó a declinar. Dejó de encenderse la lámpara roja en el interior de su rostro de alabastro. Los médicos llamaron a su mal anemia; pero yo sabía que era su alma la que se marchaba de su cuerpo. Evitaba ella mis miradas llenas de ansiedad con una sonrisa triste. La delgadez de sus miembros llegó a ser excesiva. Pronto su rostro se hizo tan pálido que tan sólo sus ojos brillaban en él con fuego sombrío. La  color rosada de sus mejillas y sus labios aparecía y desaparecía como las últimas oscilaciones de una llama que está a punto de apagarse. Supe entonces que Béatrice me pertenecería por completo en unos pocos días y, pese a mi infinita tristeza, una alegría se hizo dueña de mí.
    La última noche, apareció sobre las blancas sábanas como una estatua de cera virgen. Volvió su cara lentamente hacia mí y me dijo: “En el momento de mi muerte quiero que me beses en la boca y que mi último aliento pase a ti”.
    Creo que nunca me había dado cuenta de cuán cálida y brillante era su voz; pero aquellas palabras me dieron la impresión de un fluido tibio que me estremecería. Casi al instante sus ojos suplicantes buscaron los míos y comprendí que había llegado el momento. Acerqué mis labios a los suyos para beberme su alma.
    ¡Horror! ¡Infernal y demoníaco amor! ¡No fue el alma de Béatrice lo que pasó a mí sino su voz! El grito que lancé me estremeció y me paralizó. Porque aquel grito tendría que haberse escapado de los labios de la muerta y era de mi garganta de donde surgía. Mi voz se había hecho cálida y vibrante y me daba la impresión de un fluido tibio que me estremecería. Había matado a Béatrice y había matado mi voz: la voz de Béatrice habitaba en mí, una voz tibia de agonizante que me llenaba de terror.

Marcel Schwob (1867-1905), "Béatrice" en La estrella de madera, Ediciones Sequitur, (2009).

pierde también el parpadeo del sabor
y hasta el lazo trémulo del beso.

La voz es la resurreción permanente,
sin más taumaturgo
que el gesto concentrado de existir.

El hombre no vive: resucita.
A cada paso resucita.
Y la voz es su única bandera,
al borde de todos los sepulcros.

Roberto Juarroz, Undécima poesía vertical (1988).



4 comentarios:

Patricia Hernández Cantó dijo...

Hola:


Cuando he leído los dos versos de Platón:

Mientras besaba a Agatón, mi alma se me vino a los labios:
Quería, la muy desgraciada, pasarse a él.

No lo había entendido muy bien, pero con el texto de “Béatrice” en La estrella de madera se puede comprender un poco más.

Por lo que yo he entendido el amor platónico se basa en la concentración del amor de dos personas en un mismo cuerpo. Y llevando esto a la historia, donde está muy bien reflejado, que son dos personas que se aman profundamente y desean unir sus almas en un mismo cuerpo, pero para ello uno de ellos tiene que dejar su cuerpo para introducir su alma en el de su amor. Ellos al leer los dos versos de Platón entienden que con un beso no pueden poseer sus almas, ella enferma y en un último beso (David esto no lo he entendido muy bien) antes de su muerte le dice que le pasará su alma en ese beso, entonces él le besa y ella en el momento de su muerte le pasa su voz. Esto es lo que no he entendido muy bien, se supone que para unir las dos almas uno de los dos tiene que sacrificarse, entonces ella cuando va a morir le pide un beso para pasarle su alma, pero lo que le pasa es su voz y el pierde la suya, entonces según lo he entendido, es que como uno de los dos se tiene que sacrificar, ¿Ella sacrifica su vida para entregarle el alma y el sacrifica su voz?
Entonces en cuanto a la frase se puede entender, según mi punto de vista que, en ese último beso de (en la frase llamado Agatón) el hombre a Béatrice, ella lo que desea en verdad no es pasarle el alma, pero por el contrario el alma, al estar en los últimos momentos de vida Béatrice, desea pasar al cuerpo del hombre para permanecer unida junto a la de él, entonces ella no desea lo mismo y lo que le traspasa es su voz.

Un saludo.
Patricia Hernández Cantó.

Patricia Hernández Cantó dijo...

Por cierto, en la foto de arriba está muy bien representado.

Lorena Pacheco dijo...

Hola:
David para mi el texto de la estrella de madera trata sobre el amor de 2 personas, que se quieren tanto, que piensan que lo más bonito que les pueda pasar es intercambiar sus almas entre sí.Él piensa haber sido un egoísta, porque uno de los 2 debe sacrificar su cuerpo y esa será ella,que poco a poco va notando como su alma se va separando de su cuerpo.En el último instate,ella le da su último aliento y le pasa el bonito sonido y dulce de su voz para siempre.Es un texto filosófico con metáforas sobre el amor.

Vicente dijo...

No sé si en 1º de BAT B Juan (el profesor de castellano) os habló sobre Dante, pero a nosotros nos contó de él que era un escritor que buscaba la sensación de amor en el amor, o lo que es lo mismo, la sensación de sentirse enamorado. Bueno, hablo de Dante porque estaba enamorado de la tal Béatrice que se habla en el texto, aunque ella estaba casada con otro hombre. No estoy seguro, pero posiblemente pienso que este texto lo escribió Dante y se ha introducido este fragmento en el libro "La estrella de madera" , ya que es un escritor del Barroco y en este texto se representan muy bien estas características: la vida está sometida a una visión pesimista y escéptica, hay un sentimiento de fugacidad de la vida...
Digo todo esto de Dante porque lo que él buscaba era mitificar el sentimiento de amor, lo que se representa muy bien en este texto. Este texto posiblemente lo escribiera después de que Béatrice muriera (ya que murió cuando dio a luz a su primer hijo). En realidad, y como he dicho antes, Dante no buscaba que Béatrice le dijera que si cuando se declarara, sino que le dijera que no, ya que así de ese modo su llama de amor seguiría encendida y la pasión no se perdería. Se representa muy bien que Dante no quería que ella le diera su alma (o lo que correspondería a un sí cuando él se declarara ante ella mientras viviera) cuando en el texto dice: "¡Horror! ¡Infernal y demoníaco amor! ¡No fue el alma de Béatrice lo que pasó a mí sino su voz!"

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